lunes, 20 de junio de 2011

Huellas de los Cabos


Introducción
Aquí encontrarán el testimonio escrito y gráfico de algunos pasajes familiares y hechos de personajes; es un rescate de lo cotidiano de los pueblos cabeños del ayer y el hoy convertido en pujantes ciudades que conservan un poco de sus aires de provincia, a excepción de las rancherías que permanecen estáticas en las ondas del tiempo. Su estampa y sus costumbres poco o nada han variado y seguirán siendo una muestra importante de nuestras raíces y orígenes. La influencia de conductas extrañas y elementos de modernidad global incorporados con el paso de los años, ha provocado que parte de nuestra historia y cultura hayan sido relegadas al olvido, provocando el desconocimiento y confusión en las nuevas generaciones de cabeños. Las masas populares actuales en Los Cabos, adoptaron nuevas formas de vida para hacer más llevadera su existencia y eso es válido; lo triste es que quienes tienen la responsabilidad de la preservación y rescate de lo nuestro, han hecho muy poco al respecto.
Cuando hablo de Los Cabos, no sólo me refiero a nuestros extensos litorales con  sus exóticas playas llenas de hoteles y campos de golf, sino además a la arquitectura de sus ciudades y fisonomía de sus pueblos; a la belleza natural de sus serranías y valles. Existe un pasado al que dio vida y forma una generación de hombres y mujeres; con su esfuerzo y trabajo sentaron las bases de lo que hoy es nuestro municipio, pero para entender el presente hay que conocer el ayer.
¿Sabían ustedes que nuestros mares y puertos fueron base y escenario de cruentas peleas entre galeones piratas y buques de la Armada española? Los episodios de acción que vemos en el cine fueron una realidad en nuestras costas. Fuimos, en la turbulencia de esos tiempos violentos e inciertos de los siglos XV, XVI y XVII, un punto geográfico perdido en la lejanía; pero también un importante oasis de agua dulce para abastecer a los viajeros en sus largas travesías. La consecuencia de estos constantes desembarcos está en la sangre de nuestros habitantes. Muchos de ellos a la fecha cargan con apellidos extranjeros –aunque mexicanizados- de aquellos aventureros y expedicionarios marinos.
De los primeros visitantes que recorrieron nuestras costas están Hernán Cortés en 1535 y Juan Rodríguez en 1542. Unos años más adelante la Corona española, viendo la posibilidad de expandir sus dominios y comercio, estableció la ruta de los galeones que partía de Acapulco hacia las Filipinas; de allí regresaba haciendo contacto en la Alta California, para luego bajar costeando por la Península de California, con  escala en el Estero de la bahía de San José del Cabo donde se abastecía de agua, leña y alimentos frescos para continuar rumbo a su destino final: Acapulco. Esta actividad marítima comercial se realizó durante cuatrocientos años y -como todo lo que refleje riqueza atrae el lado oscuro- llamó la atención de los piratas, entre los que sobresalen Francis Drake y Tomás Cavendish, quienes se dedicaron a interceptar y atacar a estos enormes veleros, algunas veces con éxito y en otras con rotundos fracasos ya que eran escoltadas por veloces y artillados barcos de la Marina española.
El libro obligado de consulta para identificar las raíces o antecedentes de las familias o personajes, es sin duda la “Guía Familiar de Baja California” escrita por el historiador cabeño Pablo Leocadio Martínez, buscando preservar los datos familiares de los siglos XVIII y XIX, con fines genealógicos y biográficos. Es una lástima que sólo abarcara hasta el año de 1900, pero lo importante es que en este invaluable esfuerzo nos vemos reflejadas casi todas las familias nativas –hizo falta mayor descripción sobre los orígenes de algunas- y lo refiere con palabras muy semejantes a lo que a continuación escribiré.
Identifico al igual que muchos de nosotros, que el mestizaje de nuestra tierra no fue similar al que se dio en el resto del país ocupado por España.  Para empezar, a nuestra raza Pericúe no la conquistaron los soldados: fueron evangelizados por los misioneros jesuitas con un retraso de doscientos años en comparación con la Nueva España; la propia ubicación geográfica de la Baja California y lo inhóspito del desierto retardaron en gran medida esa conversión, ya que comenzó en la Misión de Loreto que fue fundada en 1697, y se estableció una ruta de construcción de misiones, siendo la de San José del Cabo, casi una de las últimas en construirse; esto es, treinta y tres años después. Además, los religiosos no permitieron que los civiles que los acompañaban se cruzaran con los indios peninsulares; fueron muy contados los casos en que esto ocurrió. Además, la supresión paulatina de las costumbres polígamas, las epidemias y los enfrentamientos, llevó casi a la desaparición de los indios Pericúes. Ante el fracaso de la evangelización que pretendía frenar las actividades productivas fuera del ámbito misional, ya no se justificaba su presencia y mucho menos sus reglas que no generaban más que gastos para el gobierno de la Corona, razón que no pudo evitar el crecimiento de las actividades agrícolas, mineras y ganaderas, provocando una migración masiva de extranjeros de origen europeo que vinieron a poblar la extensa geografía, cargando con muchos apellidos que se han ido mexicanizando al paso del tiempo. Así crecieron fuera de los cascos misionales, pueblos con gente de diversa nacionalidad sin dejar de predominar la raza española; ingleses, franceses, portugueses, alemanes, italianos, chinos y negros, entre otros muchos, se mezclaron entre sí, dando forma a una raza que se diseminó por rancherías, villas de pescadores y asentamientos mineros. Todos llegaron por mar, en barcos empujados por el viento. La mayoría era gente buscando un lugar mejor dónde vivir; unos cargaban en sus arcones su riqueza; otros, sólo con sus sueños e ilusiones se bajaron de los veleros seducidos por la belleza serena, enigmática y misteriosa de Los Cabos. Aquí encontraron el espacio para vivir en paz y en armonía; sus apellidos los cargan las nuevas generaciones con orgullo y gritan a los cuatro vientos su origen nativo y choyero.
La sociedad que surgió se amalgamó y forjó un carácter ante las adversidades naturales de una geografía asolada por ciclones tropicales y sequías esporádicas, tanto en el campo como en los pueblos; afortunadamente existen generosos oasis y deslumbrantes bellezas en costas y sierras, lo que hizo a sus hombres  gente noble y solidaria.
Durante muchos años se creció hacia adentro debido a la propia ubicación geográfica de la península: casi una isla separada de la contracosta sin que las luchas de independencia y revolucionarias cambiaran la esencia misma de la organización de la sociedad cabeña, la cual se cerró y defendió con honor su tierra ante las incursiones de filibusteros y potencias extranjeras que horadaron el orgullo e hicieron que la misma sociedad civil se irguiera como defensora.
En esta obra se encontrarán con la esencia de nuestra gente, de nuestras familias y de nuestros personajes. Reconocemos su trayectoria y aportación con el propósito de fomentar el interés por la historia local. Deseo enfatizar que es muy usual que sólo se honre y reconozca a los hombres públicos o empresarios que por sus mismas actividades políticas o de negocios, son muy conocidos. Para que fuera una obra completa, decidimos tomar en cuenta también a un gran número de  hombres y mujeres  que son un ejemplo de vida que merece que su nombre brille en esas calles y edificios públicos. Me pregunto: ¿qué acaso un padre o madre de familia común y corriente que con mucho esfuerzo mandó sus hijos a la escuela o logró salir adelante creando una mediana empresa con voluntad y dedicación, no merezca el reconocimiento social?  Hay en rancherías, pueblos y ciudades del municipio, muchas familias de origen humilde que cultivan y transmiten a sus generaciones de hijos y nietos, hermosos valores cívicos que los hace diferentes a los demás. Todas ellas merecen nuestra atención, sin importar el nivel social o económico. Muchas de estas familias son verdaderos ejemplos de vida y si queremos enviar en estos tiempos de desintegración social  nuevos mensajes, justo es que empecemos por aquí para que las nuevas generaciones conozcan su historia. Porque con ellos se encuentra la esencia de nuestras raíces y de lo que somos. Entendamos que  todo cambia muy rápido y es necesario que resaltemos el valor de lo nuestro, de nuestra gente con sus costumbres y sus tradiciones.
Me ha tocado platicar con personas que son verdaderos  formadores de generaciones y ejemplo para sus hijos y nietos. Creo que estamos a tiempo de hacerles un reconocimiento, y en este libro encontrarán a algunos de ellos. De igual manera existen “personajes” que por méritos propios sobresalen, por su peculiar forma de ser y comportarse; algunos tal vez no sean ejemplos de vida, pero son la chispa y la gracia en las rancherías, colonias y barrios. Se comportan de manera diferente y aportan a la comunidad una imagen que los hace irremplazables y únicos.
Muchos de nosotros conocimos a alguien que nos marcó de por vida y hace que sea motivo de plática, comentario o chiste que nos lleva a cierta etapa infantil o  juvenil, y lo mismo puede ser el borrachín más empedernido del pueblo, como el cascarrabias que hacemos enojar gritándole tonterías para que arranque en cólera y nos quiera atrapar. Todos los personajes tienen su propia historia, y no por tratarse de un hombre o mujer humilde, dejan de ser interesantes. Los hay también porque son muy especiales y viven la vida a su manera. Creo que en las personas más sencillas y modestas se encuentran las más ricas historias e inclusive los más aleccionadores ejemplos de vida recomendando lo bueno.
Si me preguntaran qué busco con presentar a la gente de mi tierra, sólo les diré que como escritor anhelo se publiquen libros de interés cultural para las comunidades del municipio y sirvan para fomentar la lectura, al tiempo de promocionar y difundir lo nuestro, recuperando las tradiciones y costumbres que existen en la memoria colectiva y en la práctica diaria en algunos rincones de esta maravillosa tierra.
Para el desarrollo de esta obra, acudí a las fuentes directas sin importarme su ubicación o lejanía. Lo mismo me senté en un confortable café urbano como en una cocina con hornilla de leña, tomando café colado en talega de franela. Estuve también en lujosas residencias y oficinas frente al mar; también lo hice bajo la ramada de algún rancho viendo nuestra serranía y disfrutando del calor humano de nuestra gente nativa. Este es un primer esfuerzo por extraer de los rostros nativos vivos e impresos en las fotos, sus emociones sinceras y sin pose; de los esfuerzos de vida que nuestra gente ha dejado plasmados a todo lo largo y ancho del municipio de Los Cabos.
El impacto social que busco es que los cabeños se sientan orgullosos de saber que en su tierra, mucha gente de bien dejó una huella imborrable. Los tiempos están cambiando muy rápido y se están transformando, fusionando, desapareciendo o mezclando las costumbres de nuestros pueblos y ciudades afectando gravemente nuestra identidad cultural. Es hora de mostrar que en Los Cabos existió una sociedad educada, que estuvo integrada a una economía estable y autónoma.
-          Las nuevas generaciones conocerán quiénes fueron las familias y personajes que construyeron las bases de lo que hoy somos.
-          Se reconocerá a las familias fundadoras cuyos apellidos están diseminados por toda la geografía municipal.
-          Quienes llegaron a sumarse al desarrollo de Los Cabos conocerán nuestras raíces y tradiciones e identificarán el pasado glorioso de los cabeños.
-          Quienes nos visitan se maravillarán de la historia regional y del estilo de vida de la ciudad, pueblo y rancherías.
Siempre lo he dicho: en Los Cabos prevalece una sociedad  histórica pura e intangible, claramente visible. Fue educada, ordenada y autosuficiente durante muchos años. Los Cabos existía mucho antes de la aparición de los grandes hoteles, desarrollos y centros comerciales y convivíamos en ambientes plácidos, limpios y libres. Sin cercos, bardas, ni puertas cerradas. Todos nos conocíamos y nos saludábamos; hoy, somos unos desconocidos dentro una vorágine de crecimiento y desarrollo turístico que trajo una avalancha de gente del interior de la república. Efectivamente gente de nuestra patria, con otras costumbres y tradiciones que amenazan desaparecer por mayoría lo que somos y fuimos durante muchos apacibles años.
Puedo afirmar que el tiempo transcurría más lento; como dicen muchos, vivíamos más tranquilos y éramos felices a nuestra manera, sin los avances o muestras materiales de desarrollo; no teníamos carreteras ni teléfono, ni televisión, pero eso sí, la naturaleza nos daba a manos llenas diversión en espacios rebosantes de vida, sol y cielo. Podría presumir como muchos de nuestros paisanos que, dentro de las supuestas carencias materiales y el retraso de lo que llaman modernidad, no la ocupábamos; éramos autosuficientes y con libertad de desplazamiento, sin cercas para cazar, pescar o trabajar la tierra y el campo.
Como sociedad nos identificábamos con la tierra; allí mirábamos pasar los años y las familias multiplicarse. Los apellidos estaban  circunscritos a espacios muy definidos; por ejemplo, los Montaño de Santa Anita y Yeneká, los Álvarez del Álamo, los Martínez de San Lucas, los Burgóin de Palo Escopeta, los Pedrín de San José, los Holmos de San José Viejo, los Cota de Santiago, los Collins de Miraflores, etc. Hoy eso es parte del pasado, han llegado generaciones del interior del país que le impusieron otro perfil a la sociedad cabeña; todos son bienvenidos. Lo único lamentable es que nuestra historia local está en peligro; por eso resulta urgente que los nativos que conviven todavía en los espacios rurales y urbanos rescatemos la historiografía y costumbrismo de los troncos familiares que dieron vida y forma a esta tierra. En el acontecer diario surgieron múltiples personajes que todos conocíamos y eran parte del comentario, alegraban nuestros días y hoy --ante un molde urbano sin rostro--, un antifaz inusual de la  ciudad oculta en desconocidos el personaje que resalta entre una minoría pueblerina. Vienen a mi mente varios de ellos y creo que estamos a tiempo en esta primera parte de Huellas de Los Cabos, de rescatar lo nuestro; eso que se ha ido, pero que permanece en el subconsciente de muchos de nosotros. Además, es bueno que los nuevos cabeños, los jóvenes, conozcan quiénes éramos, qué hacíamos y cómo vivíamos.
El trabajo que durante cuatro años realicé a través de mi revista Reymar de Los Cabos, me facilitó en gran manera redondear esta obra y llevé a los hogares de muchas familias información de un pasado cabeño, ese ayer que es tan interesante narrarlo en boca de sus propios actores o familiares suyos, y ahora que se presentó la oportunidad de retomar la intención de recuperar lo nuestro y realizar paralelamente un homenaje a quienes nos antecedieron dejando su rastro imborrable en las rancherías, pueblos y ciudades. Felicito a las tres instancias de gobierno federal, estatal y municipal por permitir a través de sus programas de cultura el que tengamos oportunidad de disfrutar de estas narrativas. Nos abre una puerta a escenarios donde soy uno más de los sorprendidos al enterarme de sucesos y secretos incontables. Estoy en una posición privilegiada para enterarme de muchas cosas que no sabía; al auscultar en el pasado de las personas y pueblos, descubro algunos hechos inimaginables que se manejan entre los límites del rumor y chisme, entre lo falso y verdadero. Al indagar debo tener cuidado de comprender que la vida se desarrolla en un terreno donde las pasiones nos gobiernan y nadie escapa a esto, así que para no alterar ni herir susceptibilidades debo ser objetivo y sólo plasmar lo que encuentro en documentos formales, los cuales ilustran y validan nuestra historia real. Lo que se diga o se cuente y no esté validado, lo manejo como un “supuesto” o un “se dice”. Aquí les dejo lo que vi y me contaron. Faltan muchas familias y más personajes que merecen formar parte del contenido de este libro. Espero en una segunda y tercera parte honrarlos, incluyéndolos; por lo pronto entérense y disfruten estas letras rebosantes de vida y tiempo.
San José del Cabo, BCS, Febrero del 2011
René Holmos





No hay comentarios:

Publicar un comentario