Familia Burgoin

Familia Burgóin

Esta historia familiar es muy interesante sin menospreciar a las demás que aparecen en este libro, sólo que sus antecedentes atraen mi curiosidad como escritor, ya que en algún momento mi imaginación recreó algo parecido y lo escribí en mi novela “De La Sierra”. Allí narro cómo un aventurero tocó estas costas, abandonó su barco y se adentró en la montaña, formando un rancho y una prolífica familia que se dispersó  por las doce mil quinientas hectáreas que adquirió. En este caso fue Domingo Burguán de nacionalidad francesa, mexicanizó su apellido a Burgóin, quien varó en el año de 1827 en San Luis y se asentó en las tierras de Pindocó. Para quienes no ubican este lugar les diré que se encuentra en Cabo del Este y abarcaba desde Palo Escopeta hasta el Mar de Cortés. Incluía los ranchos Las Bramonas, El Tule, El Chino, Las Ardillas, Boca del Tule, Boca de Las Vinoramas, Palo Parado y Palo Escopeta.

Corren muchas versiones de cómo o cuál fue el motivo de su llegada; sus descendientes comentan entre sí que andaba entre filibusteros o piratas, que lo querían matar y que se aventó al agua sin que se dieran cuenta y que posteriormente procedió a sacar parte del tesoro que habían enterrado en la zona de playa. Otra más por mayoría, dicen que la versión correcta es que venía huyendo de una rebelión cargando con la nómina de las fuerzas armadas de Francia y que una vez que estuvo frente a nuestra costa, le gustó el lugar y desembarcó; bajó sus arcones llenos de oro y plata y hundió el barco, el cual debe de estar por allí y que sería interesante ubicarlo. Con la riqueza que llegó adquirió la propiedad cuyo título se le expidió en Mayo de 1841. Unos años después de su desembarco conoció a Teodosa Ruiz, una mujer por la cual corría sangre Pericúe; durante un tiempo la pretendió sin lograrlo, pero a base de tanto insistir, se ganó su confianza ya que parte de una familia muy apartada, sin vida social. Domingo contaba que su mujer era “arisca y mesteña” y que le tenía miedo. Finalmente la conquistó y se casaron, y de allí nacieron once hijos: Francisco, Carlos, Domingo, Teodoro, Eugenio, Napoleón, Adolfo, Virginia, Idoro, Emilio y Victoria. Como la mayoría de los extranjeros eran blancos y de ojos claros, al mezclar su sangre se fue perdiendo esa identidad de piel y surgió la clase mestiza de los Burgóin, quienes conservan rasgos similares. Muchos de ellos se casaron con gente de apellidos extranjeros, reafirmaron su perfil europeo y se olvidaron de su compromiso de sangre. Otros partieron lejos de su terruño, olvidando sus orígenes. Sólo dos troncos familiares de Domingo Burgóin y Teodosa Ruiz se  enraizaron a su tierra y viven en el mismo lugar donde inició su fundador; son los descendientes de Emilio y Carlos Burgóin Ruiz.

Para documentar estas historias de vida platiqué con Guillermo Burgoin Nieto, y revisé un documento de cerca de cincuenta hojas muy bien elaborado por la Sra. Aurora García, donde detalla minuciosamente los antecedentes de la familia Burgóin. Esta última describe con paciencia cómo la familia del francés –sus propios descendientes así le dicen- de cómo adquirió su propiedad y de cómo con el paso del tiempo, no se preocuparon por formalizar lo que se transmitió de generación en generación de padres a hijos y no faltó como siempre sucede con algunos familiares de cuarta y quinta generación, quienes -más estudiados- avizoraron el valor que tendría la tierra colindante con el mar y se movieron utilizando como instrumento contratos privados de venta y testamentos de sus familiares sin contar con un título original de sus propiedades; escrituraron y comenzaron a vender sin avisarles y sin correrles el derecho de tanto que por ley les corresponde en una copropiedad. Actualmente algunos descendientes de Domingo Burgóin, viven y son posesionarios de los mismos ranchos; allí está el poblado de Palo Escopeta y algunos ranchos que formaron con el paso de los años en Pindocó; algunos cerca de la costa, otros hacia dentro del predio con fines de agostadero.

Alicia Burgóin Nieto, Doña María Luisa Nieto Gerardo y Concepción Burgóin

Por generaciones esta familia se ha dedicado en las buenas y en las malas a la actividad ganadera, sin dejar de comentar que su cercanía con la costa los ha hecho pescadores, a algunos para comerciar con otros y para complementar su alimentación, pero sí era usual que no faltara en esos ranchos pescado fresco y seco para la elaboración de sabrosísimas machacas que competían con las de carne.

 

Matrimonio formado por Obdulio Crespo y María del Carmen Burgóin. Sus hijos: Bertha María Araceli, José Antonio y Gabriela. Sus nietos: Abril Alejandra, Marián, Sarahí, Andrea y José Armando. Yernos: Héctor Armando e Isael.

Para quienes han vivido en esos ambientes es evocar amaneceres húmedos por el rocío de la madrugada, los mugidos y cencerros de las vacas en el corral, esperando al ranchero para que inicie la ordeña. Guillermo Burgóin a su manera y con sus originales raíces rancheras se percibe amante de la naturaleza, arrullado por su susurro a veces silencioso e imperceptible para quienes vivimos en ambientes urbanos. Textualmente lo cuenta:

-          Levantarme con el canto de los gallos, salir con una taza de café humeante, colado en una cocina de techo de palma ahumado, donde en sus hornillas la leña arde y calienta el ánimo, en el corral se le avienta al café un chorrito de leche bronca, directo de la ubre o del balde espumoso. O por qué no, de chiva o de vaca ‘fallada’, es decir que no llegó a su corral el día anterior para ser ordeñada.

 Prosigue emocionado narrando esos momentos:

-           No hay como partir con el caballo ensillado hacia los cerros por las viejas veredas tumbando el sereno de árboles y hierbas, acompañado de mi fiel perro “Oso”. Puedo en esos momentos escuchar el murmullo del ambiente que me rodea, el trino de los pájaros, el sonido del viento que mueve con ritmo las ramas de los árboles; allí en lo alto de la sierra pierdo la noción del tiempo, mi espíritu se fortalece y se hermana con las plantas y animales que a mi paso identifico. El silencio habitual de esos interminables espacios abiertos son música para mis oídos.

En el corredor del rancho “Las Manzanas” sostengo esta plática con “Memo” y claro que no deja de decir en cada intervalo la expresiones tan pegadas que tiene; ¡Eehh! ¡Por supuesto! Su familia fue muy amiga de la mía, su madre Doña María Luisa Nieto Geraldo, quien tiene a la fecha más de noventa y dos años, me contó anécdotas de cuando cuidó a mi madre siendo una niña; a su vez su padre Guillermo Burgóin Castro, convivía mucho con mi padre. Agréguele que en casa de Emilio Burgóin Burgóin, tío de Memo y casado con Carlota Burgóin Carballo, me cuidaron de niño mientras mi madre daba clases en la escuela primaria de Palo Escopeta.

En este ambiente rural, platicamos de las costumbres y tradiciones de los rancheros que a los de su generación y a la mayoría de los Burgóin les tocó vivir. Si ya se dieron cuenta muchos repetían el mismo apellido o se casaban con quienes lo portaban; en otras palabras, se casaban con parientes -principalmente entre primos- costumbre que no es sólo exclusiva de esta familia; lo mismo sucedía con los Montaño en la zona de Santa Anita y rancherías aledañas; la convivencia directa entre familiares y la escasa movilidad o contacto con otros grupos, ocasionó el surgimiento de matrimonios entre parientes

-          ¡Uh! Eran tiempos felices… La gente de los ranchos era autosuficiente en muchos aspectos, la talabartería, el tejido de palma y la elaboración de trastes de barro eran actividades productivas que solucionaban las necesidades de nuestra gente. Se hacían cintos, cinchos para los animales, reatas para lazar de hasta cinco hilos, sombreros, cabezales para los caballos, sillas de montar.

Martín, Enrique, Reyna, Leticia, María de los Ángeles Burgóin Burgóin y –sentados- Carlota Burgóin y Emilio Burgóin Burgóin.

Lo interrumpo en algunas ocasiones para preguntarle si la cercanía de la costa servía de algo, ya que los ranchos para uso ganadero estaban tierra adentro; su respuesta fue clara y me dio luz sobre algo que vi de niño, pero nunca me imaginé que también pescaran:

-           ¡Ah! La pesca fue una muy importante actividad para los Burgóin. Complementaba la alimentación y se comercializaba en gran parte. Normalmente se utilizaba la zona de Boca del Tule como campo pesquero y no se requería de pangas ni motores; se pescaba de orilla, había muchos peces en la costa. La pesca era grandiosa y creo que esto lo hacían los habitantes de la zona cientos de años atrás y con la llegada del francés se intensificó. Recuerdo que en el médano se clavaban estacas donde amarraban gruesas piolas que se lanzaban con carnada y anzuelos al mar, y desde la orilla se vigilaban hasta que se prendían enormes cabrillas, meros, tiburones, mantarrayas y pargos principalmente. Y fíjate ­-me dice con énfasis-, no se comía el jurel, el pez gallo y la cornuda, esta última se creía que era venenosa. Cosas de los viejos, ya ves que ahora esos son los más buscados. Allí se hacían tendederos de la carne que se salaba para luego  cargarlos en burros y mulas y trasladarlas a San José y vendérselos a almacenes Goncanseco, quien los enviaba vía barco a Ensenada donde un señor Aguiar los compraba y lo distribuía en el estado norte.

A veces nos deteníamos a comentar cuando, de niño, vi a los burros y mulas llegar a los pueblos cargados de pescado salado que era muy apreciado en los hogares de los cabeños para la elaboración de la machaca. ¡Mmmmh, riquísima! Y de cómo en los ranchos había zarzos especiales para la carne seca de pescado, principalmente la de cabrilla y de caguama que antes no era tan penada su captura. Imagínense esos zarzos independientes, llenos de quesos y carne seca de venado y ganado, eran unos manjares que se consumían durante todo el año. Tocamos otros temas, y el caballo no podía dejarse de lado, que era diferente a otras bestias que eran de carga:

-          Sí, el caballo era símbolo de estatus, gallardía y galanura al igual como lo son los carros actualmente. Aunque ya existían. Era el principal medio de transporte en los ranchos. Un buen caballo con una buena montura y con un jinete con sombrero de pelo y espuelas convencía a una novia, y se utilizaba principalmente los domingos o en las fiestas y bailes de los ranchos. Una buena rienda  impresionaba rallando su caballo frente a todos. En las fiestas del Patrono del pueblo, el beso de la reina se lo llevaba el jinete que ganaba la carrera, la competencia de argollas y gallo enterrado.

-           ¿Y qué tal las peleas? -le pregunté a Memo.

-           Cierto, los jinetes comenzaban en la madrugada a rallar los caballos y a patear los faroles y las viguetas de corredor buscando pleito. Pero eran de honor y a puño limpio y puntapiés; nunca se sacaba un arma blanca o de fuego. Eran también muy usuales los pleitos por generaciones entre familias, como la de los Villa contra los García o los Montaño con los Gavaráin.

-          Por qué no hablamos de la comida –propuse-. Siempre que vamos a un rancho buscamos comprar queso o mantequilla por ejemplo, pero detrás de eso está todo un proceso de elaboración; háblame de eso -insistí.

-          Pues mira…, es meticuloso hacer queso y más la mantequilla y requesón; sólo te diré que nuestro queso regional es el cuadrado y el redondo; el primero es más grande y se vende para ser utilizado en restaurantes donde hacen antojitos como enchiladas y chilaquiles entre varios alimentos. El queso se prepara filtrando la leche y agregándole líquido o el “cuajo” para que fermente y agarre cuerpo; una vez que está listo manualmente se bate y se le agrega sal y se acomoda en el molde para que suelte el suero y se le deja un día. Para hacer requesón se junta el suero que soltó el queso y se le pone en tina a fuego intenso con leña seca  de  pitahaya o de choya para que mantenga una temperatura uniforme. Una vez que sube la espuma se le agrega agua desde una buena altura y se separa el requesón que comienza  a aparecer con este sistema de cambio de temperatura; se junta en un traste especial y se le agrega sal. Ahora te lo puedes comer como gustes, o mezclarlo con panocha o azúcar porque es un dulce riquísimo y muy buscado, o hacer mantequilla.

-          ¡Cómo! ¿Del requesón? –le pregunté sorprendido.

-          Sí –respondió Memo-: Tapas el requesón y durante la mañana lo bates una y otra vez y lo vuelves a mezclar con agua, hasta que suba la mantequilla que vas separando; por eso es más cara, por el proceso que lleva mucho trabajo, pero el resultado es sabrosísimo, ¡más con una tortilla hecha a mano!

-          Háblame de los desayunos -le pedí.

-          ¡Ah! Normalmente era de machaca de res o de venado, acompañado con tortillas de harina hechas a mano, amasadas con leche o requesón. Frijoles refritos del bueno, de frijol azufrado de la temporada y sin faltar el té de Damiana con piloncillo. El café era en la mañanita o durante el día pero el té era exclusivo del desayuno. Eran vastos los alimentos rancheros, y muchos lo siguen haciendo igual. La preparación de la machaca era todo un rito: la carne seca se aventaba a las brasas, se sacaba y se humedecía para luego machacarla sobre el metate, de allí su nombre de machaca. En otras ocasiones se cambiaba por la de pescado y el procedimiento era el mismo.

El tema de la cocina es muy amplio en el ámbito de los ranchos sudcalifornianos, por lo cual le propuse a Memo detallar los métodos y costumbres culinarias, entre lo que sobresale el café, como una de las bebidas energizantes que más consumo en lo personal

Familia Burgóin Jordán: Miriam, María Inés, Guillermo e Iván Guillermo

Antes, en el casco del rancho sobresalía el molino donde trituraban nixtamal y el café de grano que tostaban previamente en cazuelas de barro, cuidando que no se les pasara el tueste. Destacan los costales de veinticinco kilos en que se vendía el grano, y la talega que sólo en los ranchos se utilizan para colar la aromática bebida. Era un proceso muy usual en donde participaba la familia completa; unos tostando, otros moliendo y unos más preparándolo.

En cuanto a las tortillas, hechas a mano, era un torteado constante de las mujeres del rancho todo el día: para en la mañana, las de harina; para el medio día, las de maíz de nixtamal que había que cocer previamente, y para la cena, otra vez tortillas de harina. En este punto, Guillermo me reafirma que:

-          Todo lo que se consumía era adquirido al mayoreo y para tres o cuatro meses; todo se compraba por sacos por la lejanía de la tienda del pueblo. Pero déjame hablarte de momentos difíciles, de los tiempos de seca; era cuando no llovía lo necesario por tres o cuatro años. La situación se tornaba negra, había que buscarle comida al ganado en el mismo monte, para eso al principio casi nos acabamos las biznagas que acarreábamos en burros y las picábamos en los comederos. Luego seguimos con la quema de choya y tuna para eliminar las espinas y pudieran comérselas; el mascarrote que ya no traen, era caro y un producto del algodón –la cascarilla- cuando había siembra en el valle. Lo pesado eran esos trabajos de manutención invariablemente durante los meses de más intenso calor y se sufría. Allí creo que cambia el concepto de ganado o ganadero al convertirse en una actividad de merma. El ganado enflacaba y en ocasiones moría.

-          Oye -le dije-, pero también tenían diversión y entretenimiento; como cuando se robaban a lomo de caballo las novias de los bailes o cuando pescaban y cazaban.

-          ¡Ah! Más bien la cacería aparte de proporcionar alimento, era una actividad de esparcimiento muy usual para el ranchero. No faltaba un buen par de rifles en los techos del corredor, ya sea una carabina 30-30, un 30.06 o un .22  para cazar un buen venado. Nunca debería de faltar la carne de venado seca para compartir con quien nos visitara. Existían venaderos expertos a los que venían a buscar gente de San José para que los llevaran a cazar. Entre ellos se recuerda a los profesores Juan Pedrín, Enrique Guerrero y Nando Burgóin, así como al Chiquillo Fisher, Rigoberto Montaño y muchos más que amaron este deporte que todavía divierte a algunos rancheros  y cuida su hábitat más responsablemente. También recuerdo cómo el radio entretenía a las familias de los ranchos; por las noches se concentraban alrededor de ese aparato a escuchar las novelas por la XEW.

-          Como en todas partes -comenta Guillermo- había rancheros pobres y otros más pudientes. En nuestro caso, fuimos afortunados; en nuestros corrales cuando vivía nuestro padre se ordeñaban entre ochenta y cien vacas y en ranchos más humildes sólo veinte o veinticinco vacas; sin dejar de tener responsabilidades diarias como el de ir a traer leña seca de palo blanco, colorado y palo fierro para la comida, el de cortar ramas de malva para hacer escobas y barrer los patios del rancho, empialar, ordeñar y dar de beber y comer al ganado y muchas otras faenas de vaqueros que escapan de mi mente.

Hoy los tiempos traen comodidades y muchas de estas actividades y costumbres de los ranchos están poco a poco diluyéndose entre las nuevas generaciones; pero lo esencial no desaparece: la serenidad y tranquilidad de estos cielos nocturnos estrellados que ninguna luz artificial opaca por la noche. Igual el olor a campo y tierra mojada en noches serenadas y de lluvias tempranas. El estrés es cosa de la ciudad, aquí lo que menos preocupa son las comodidades materiales.  En estos ambientes serranos nació y se multiplicó la familia de los Burgóin; hoy su huella se encuentra dispersa por toda la geografía municipal y son decenas de familias las que portan con orgullo el apellido del francés Domingo Burguán, pero la raíz original está en las tierras de Pindocó y de seguro su espíritu vaga por esas comarcas buscando se reconozca a sus herederos.