martes, 21 de junio de 2011

Familia Monroy

Familia Monroy Castro
Joven pareja: Josefina Castro y Profr. Rubén Monroy

Cuando te ofrecen agua fresca de mango de la región, burritos de machaca y un buen café, luego te das cuenta de sus raíces cabeñas, y desde luego en su casa no deben faltar los árboles frutales de guayaba, mango y naranja; este es el caso de la familia Monroy Castro que vive en el famoso entronque vial de la “Y Griega” en San José del Cabo. Mi respeto para esta estirpe, ya que puedo comentar sin interés alguno y sin privilegiar el trato, que es una muy bonita y unida familia, posiblemente con sus defectos, pero sí diferente a la media normal. Este libro se creó, para sacar lo bueno de la gente de bien, que con su estilo de vida está dejando huella y ejemplo para las nuevas generaciones. Muy fácil puede ser ensalzar a individuos del medio público o político, que se han ganado los puestos o candidaturas en negociaciones poco claras; de igual manera no tendría caso alabar las grandes virtudes de los magnates, si sus riquezas provienen de herencias o de tratos en lo “oscurito”; porque sabemos que con dinero puedes crear imágenes y figuras, pero “lo que se ve no se puede ocultar”, y en este caso, el profesor Rubén Monroy Castro y su familia, merecen el reconocimiento y de quienes los conocen desde siempre. Veamos por qué lo estoy remarcando:
Los orígenes e historia de esta familia, están muy frescos en la mente de muchos cabeños; el papá del Profe Monroy, Don Jesús Monroy, es originario de Colima y llegó originalmente como panadero, pero era un “mil usos” según los comentarios vertidos en esta plática: fue fumigador en la campaña contra el paludismo, mecánico, llantero y chofer, actividad esta última, que desarrolló por mucho tiempo al lado de Don Ernesto Arámburo, ayudándole a cimentar su fortuna, ya que en un principio, cuando empezó con su pequeño negocio de abarrotes, le falsificaba las firmas para conseguirle créditos con proveedores de La Paz, de donde le traía su mercancía. Al continuar la plática, con el Profe Monroy y con el tema de su padre, recuerda con satisfacción algunas pláticas y comentarios que lo marcaron de por vida.
-          Un día -señala- le pregunté a mi papá por qué no tenía “ni un cinco partido por la mitad”, y por qué no era rico como mi tía “Fulanita de Tal”, que había tenido la suerte de casarse con una persona de dinero y me respondió, riéndose: ¡Qué pasó m’hijo!, nosotros somos ricos, muy ricos y te voy a explicar por qué: mira, tu tía,  tiene dinero en el banco, casas de renta y una muy buena casa, donde vive; pero yo ¡soy más rico! porque tú tienes diez hermanos y yo once hijos y los tengo a todos conmigo; ella sólo, uno y se le fue; por lo tanto nuestra riqueza es muy grande, creo que tener una familia, es la más grande fortuna. ¿Verdad que yo los llevo a todos a pasear conmigo al monte y a pescar? Pues sí -le respondí- ¡Ah!, entonces toda la riqueza de la sierra, el monte y playa es de nosotros; otra cosa: ¿No es cierto que tengo muchos amigos, a los cuales les arreglo sus carros y motores de agua, y cuando voy a sus huertas nos regalan toda la fruta y verdura que necesita tu madre para cocinar? –Sí, papá, le respondí-, Pues los amigos verdaderos -me dijo- es una riqueza que hay que valorar; ¡eso no tiene precio!; además, me remató diciéndome: Tu tía es presa del dinero, no sale, no tiene amigos, no tiene hijos y, por lo tanto, es mucho más pobre que nosotros. Esta enseñanza de mi padre me impactó y me enseñó a valorar todo lo que me rodea; a la naturaleza, a los amigos, a mis alumnos y, sobre todo, a mi familia.

-          
El Profe Rubén  Monroy está casado con la Sra. Josefina Castro, con quien procreó a sus dos hijos: Rubén y Rosa Edith, los cuales a su vez, le han dado a la fecha cinco nietos: Ceidi Roseth Monroy Castañeda, Rubén Monroy Castañeda, María del Mar y Ariel Aguilar Monroy, respectivamente. Actualmente llevan, cuarenta años de casados  y se sienten plenos y felices por haber logrado, con esfuerzo, formar una bonita familia. Recuerdo al Profe Monroy y a su esposa, en sus ratos libres, vendiendo artículos para el hogar con amigos y conocidos; por cierto, es una actividad comercial que a la fecha siguen realizando con mucho éxito –la cochera y corredor de su casa es su almacén-. Con más de treinta años de éxitos, les permitió llevar un nivel de vida desahogada como para mandar a estudiar a sus hijos a buenas escuelas y lograr -el profesor Rubén- otra imagen del típico maestro que sólo espera obtener alguna posición pública o liderazgo sindical, para prosperar o, en su defecto, una jubilación con doble tiempo para pensionarse con un sueldo decoroso. Su suerte la buscó fuera de esas esferas magisteriales, sin dejar de cumplir con la noble función de enseñar a los niños y jóvenes y combinar sus esfuerzos al interior de la iniciativa privada. Al respecto, me cuenta de los lugares y escuelas donde impartió clases y su historial docente:

-          Egresé muy joven de la Escuela Normal. Contaba con sólo dieciocho años y empecé en la sierra de La Soledad; de allí al Valle de Santo Domingo, y posteriormente me acerqué un poco a Los Cabos, llegando al pueblo de Caduaño, donde empezó mi relación más directa con nuestra gente. Me cambié al poblado de La Playa y finalmente a San José, en la escuela primaria “Vicente V. Ibarra”, que en aquel entonces funcionaba en lo que hoy es el Mercado Municipal, y que al paso de los años se trasladó al plantel que ocupa en la Colonia Ocho de Octubre.
Toma un poco de aire, revisa la palma de sus manos, y nos dice:
-          “También di clases por las tardes en la preparatoria que empezó a funcionar en Los Cabos, y de ahí me vienen a la memoria algunos alumnos muy pero muy inquietos: Los Cuates Pino, César Rivera El Campanita”, Sonia Gómez, Víctor Hugo y Norman Ceseña y muchos más. Fueron años muy intensos pero muy satisfactorios, traté de incursionar en el medio sindical y deportivo, pero me decepcionó el manejo tan corrupto y deshonesto de los encargados del manejo sindical, ya que sólo piensan en sus intereses personales, antes que los méritos y derechos de los trabajadores de la educación. Recuerdo que ya tenía méritos para ser secretario general del Sindicato de la Sección Los Cabos. Me llama el “mero mero” del Estatal para decirme que yo sería el próximo líder, pero que si veía que los maestros tenían la razón y él (el “mero mero”) decía que no, sería no, y para eso, te vamos a dar una regiduría; recuerdo que le contesté: ‘Creo que te equivocaste de mono, la dignidad no se vende’. De ahí en adelante el sindicato fue mi enemigo. En el deporte, me dio asco ver cómo pasan por encima de los esfuerzos de atletas y entrenadores. Nosotros entrenamos duramente a los jóvenes para las Olimpíadas en el Primer Ayuntamiento de Los Cabos. De ahí recuerdo a los profesores Miguel González Castro, al Profe Fino, Rodolfo Olachea y al Jarocho, que ya se nos adelantaron; arrasamos en esas competencias, pero los organizadores en La Paz por pretextos tontos -ya que por un jugador de beisbol que rebasó unos días la edad límite para las pruebas deportivas-, nos quitaron las medallas de todas las disciplinas atléticas. Me dije, esto no es lo mío y me retiré. Gracias a Dios, me fue mucho mejor alejado de esos viejos vicios públicos; es más…, ¡todavía tengo coraje! –profiere, apretando la mandíbula.

Al entrar al ámbito de su vida familiar, el Profe Monroy sonríe un poco antes de revelar:
-          ¡Fíjate Holmos!, mi niñez y etapa juvenil, fueron como la de muchos de aquí, que disfrutamos de diversiones sanas; vagábamos por los arroyos bañándonos, robando fruta de las huertas, haciendo caldos de puyequis, pargo, jaiba o camarón en el estero, y era travieso como todos los niños; emulaba a Tarzán de la Selva y era un fanático de El Santo, el héroe de las películas de entonces, e inclusive tenía una colección completa de todas sus historietas. Recuerdo una trastada que hice por venganza en la casa de mis tías, porque un gato se comió un pajarito que tenía en una jaula: atrapé al gato y estuve pensando en su castigo, me fui por el lado de la loma, donde vivía doña María Ritchie, había llovido y aventé al gato a un excusado de pozo o letrina; ¡ya te has de imaginar!: lleno de agua y excremento, pero el méndigo gato se salió rápido y corrió a casa de mis tías y así todo embarrado como estaba, se trepó a la cama y a las impecables y blancas sábanas, y se sacudió en ellas. Ya te has de imaginar el cuadro en la recámara, pues para no hacértela larga, me andaban buscando para castigarme y, para que no me encontraran, me fui a la huerta de mi abuelo, que estaba por Las Ánimas y ahí me refugié entre los cañaverales y platanares y pensé que podía vivir ahí para evitar el castigo. Llegó la noche y con ella la oscuridad, con sus ruidos de animales y no aguanté, me ganó el miedo; salí corriendo, rumbo a mi casa y más pavor me dieron los negros callejones de esa zona, solitario entre los tupidos carrizales. Esa noche dormí calientito “chupando caña” o, mejor dicho, sorbiendo el moco por la paliza que me dio mi papá. Me dio una “cintariza”, que ahora sería tema para una digna demanda ante el DIF por maltrato infantil -¡pero me la merecía! -reconoce en medio de una sonora carcajada.

Esos fueron los tiempos en que sólo los riquillos del centro y la Calle Grande, tenían agua y luz. Recordó los quinqués “alumbrados” con tractolina y petróleo, que se compraban en “La Ochavada” con el Sr. Mendoza, y de cómo, al estudiar por las noches, se quedaba impregnado de tizne, al permanecer tan cerca del quinqué o lámpara. La plática fue intensa y muy variada, su esposa se acercaba constantemente a ofrecernos más café o agua de mango; no me pasó desapercibido, el hermoso jardín con árboles de ornato  y frutales muy selectos; pero sobre todo, el orden y limpieza con que mantenían impecable el ambiente hogareño; no cabe duda que es el reflejo de sus moradores, quienes a pesar de que están solos, no descuidan detalle alguno, y tal parece que el tiempo no pasa, que todo está perfectamente bien pintado y ordenado. La ubicación de esta casa es necesariamente privilegiada, con una hermosa vista de los palmares y huertas de San José, y por su altura es un lugar fresco.
-          Fíjate que escogí este terreno -me dice- que inicialmente era propiedad del ejido, y a cada rato me venían a llamar la atención, de que el lote era para la Comisión Federal de Electricidad. Un día, estando muy chico mi hijo Rubén, que ahora es un exitoso médico dentista junto con su esposa, la Dra. Luz Castañeda, andábamos limpiando el terreno y se espinó; había muchas clavellinas y choyas y me dijo con coraje: ¡Pura M… me vengo a vivir aquí!  De esas te puedo platicar varias; pero sí le batallé para quedarme con el terreno, aunque no me importaron todas las contras; abrí con ayuda de una máquina la calle y construí la casa, que más adelante con el apoyo de Fonatur pude escriturar.

El Profe Monroy, sabe mucho de nuestras costumbres, historias, tradiciones y leyendas; es muy detallista en sus comentarios, sin dejar de ser alegre y jocoso con su plática. Presume de ser “choyero” de corazón y me pone a prueba, al hacerme algunas preguntas, que por fortuna, se las contesté, mismas que en la reciente inauguración de la       pavimentación de la calle de su casa, el extinto cronista local Rafael Green El Teco”, no supo responder. Estas preguntas consistieron en lo siguiente: ¿Conoces qué es un “Baiburín” y qué son “los Angelitos de la Lluvia”; obviamente, al no ser nativo de esta tierra y lejano a sus vivencias, no supo contestar que se trataba de unos diminutos insectos el último de ellos parecido a una chinche de intenso color escarlata con que jugábamos de niños.
Si muchos de mis amables lectores no lo saben, lo comprenderé y justificaré; no así, al encargado de conocer y difundir nuestra historia, costumbres y tradiciones.
En la búsqueda de información platicamos de muchas cosas, que en esta primera entrega no comentaré por falta de espacio; pero les adelantaré algo que me llamó mucho la atención y es sobre algunas tumbas del Cementerio Municipal, con historias llenas de pasión, amor y honor. Así mismo, me contó con mucho entusiasmo de su bisabuela Doña China -espero que lo estés anotando, enfatiza el Profe Rubén-. A grandes rasgos me describe que su bisabuela tenía sangre de indio Pericúe, medía un metro con 92 centímetros de estatura, y era la partera de chinos, franceses e ingleses establecidos en el poblado de El Triunfo durante su época de esplendor por la explotación de oro y plata. Viajaba a lomo de caballo y mula desde San José hasta el mineral. Era reconocida como curandera, y para que te des una idea, murió a la edad de ciento diecisiete años. Fue todo un personaje, cuando enfermó de arritmia cardiaca, la atendió el Dr. Severo Garduño y durante sus constantes consultas se hicieron amigos y cada vez que la visitaba el Dr. Garduño le decía: oiga Doña “China”, qué bonito cofre -haciendo referencia a un precioso baúl, que mi bisabuela había traído cargando desde El triunfo, y ante la insistencia sobre el cofre, un día le dijo que cuando muriera se lo heredaría y así lo hizo saber a toda la familia. Ese día y hora llegó y el Dr. Garduño, pasó por su cofre, que estaba cerrado y que la bisabuela había pedido se le entregara con todo y llave, sin abrirse. Cuál sería la sorpresa que, al abrirlo, encontró una carta y envueltos todos los medicamentos que le preparó para su enfermedad y en esa misiva le decía que no se los tomó porque de seguro, sus medicinas la habrían matado mucho tiempo antes.
El buen sabor de boca que me dejó esta entrevista, me motiva a seguir adelante con nuestro trabajo, que es el de traerles a todos los que me están leyendo, pinceladas de la vida que llevan o llevaron familias como los Monroy Castro, que han y están dejando una huella muy visible en Los Cabos.






2 comentarios:

  1. muchas gracias. me recordaste a mi Difunto abuelo el Dr Garduño era mi abuelo al cual no tuve la dicha de conocer. pues murió antes de que yo naciese . mil gracias..

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