viernes, 26 de agosto de 2011

Luis Bulnes


Luis Bulnes
Entrevistar y transcribir su exposición no es tan fácil. por la interpretación adecuada de su historia y acontecimientos que giran en torno al personaje tan especial como lo es -y sigue siendo- el Sr. Luis Bulnes. No menciono su segundo apellido pues así es como lo identificamos quienes hemos tenido la oportunidad de tratarlo. Resaltaremos lo trascendente de su trayectoria y entenderemos que como humano pudo haber cometido errores producto de sus sentimientos, pero a fin de cuentas el hombre de eso está hecho; esa misma carga emocional la transmite en sus hechos y obras por demás propositivos.
Así pues, Luis Bulnes nació un 25 de agosto de 1928, en un pueblo de la costa de España. Emigró a México siendo muy joven, y ese mismo espíritu emprendedor y aventurero hizo que las empresas Pando para las cuales trabajaba, lo enviaran a Cabo San Lucas y llegara a puerto un 13 de Septiembre de 1955 a las once de la noche, acompañado de su fiel e inseparable esposa Doña Conchita Bulnes -su grata compañera-. Nos cuenta que pasaron esa primera noche, alumbrados con velas,  en un cuarto insalubre lleno de bichos y motores. Don Luis reconoce que “¡No fue fácil! Pero, gracias a Dios salimos adelante”. Ha sido una fortuna el haber contado con su esposa a su llegada a aquel paraíso lleno de sol y esperanzas, a trabajar como gerente de una compañía de productos marinos -la única empacadora de atún en Latinoamérica- fundada en 1927 por Don Carlos y Luis Beristáin, la cual después de un proceso de fusión y venta pasó a ser propiedad  de las empresas Pando.
Don Luis asiente con emotividad cuánto ama y admira esta tierra, incluyendo a su gente, porque “saben ser auténticos y buenos amigos”.
Es en este punto, donde los recuerdos le inundan:
-          En aquellos años de aislamiento, cuando un sudcaliforniano le  extendía la mano o abría sus brazos, lo hacía de una manera sincera, auténtica y amigable. ¡Antes todos nos conocíamos! Hice innumerables amistades por mi trabajo, de manera especial con Don Liborio Chong, quien llegó acompañado de sus hermanos en el año de 1917; tenía su negocio de comestibles del que surgieron nuevas generaciones de comerciantes como su hijo Liborio Chong, socio y amigo del negocio de transportación de combustible y padre de Víctor Manuel, quien trabajó conmigo más de 25 años como administrador general de nuestras empresas. Recuerdo también mi entrañable amistad con el capitán Atilio Collí y las incontables pláticas sobre barcos y otros tópicos. Recuerdo a Juan Ortiz, a Dimas Almanza Lieras, a Rodolfo Pérpuly, a la profesora Amelia Wilkes, la familia Cota Collins, Ramón Ceseña, a David Habiff, a Don Juan Collins Zumaya, Abelardo Rodríguez, al Sr. Bud Parr, al Chavalito Cota, Raúl Aréchiga, Serafino Gómez, a Manuel Peralta, entre muchos otros amigos que tuve y pido perdón por no mencionar a todos. Algunos, trabajadores esforzados; otros, pujantes empresarios; pero todos sin distinción, mis inolvidables amigos.
Embargado por los recuerdos iniciales a su llegada aquí, el ejemplar hombre de empresa echa una mirada retrospectiva hacia aquellos años cuando apenas se contaba con mínimos servicios básicos de agua potable:
-          En aquellos años, el profesor Leonardo Gastélum era el responsable del agua, servicio que arrastraba muchas carencias. Constantemente se le apoyaba para reparar sus motores de gasolina. El Profe Nayo entraba y salía de la empacadora.
Cuenta Don Luis que la empacadora de atún contaba con su propia planta de luz, permitiendo así ser más llevadera la vida en esa etapa de caminos de terracería y brechas que conducían a La Paz por la ruta de Todos Santos. Y menos se tenían los  servicios básicos de bancos o grandes tiendas para abastecer las necesidades del trabajo y del hogar.
Quienes emprendían localmente ese camino, lo hacían de una manera rudimentaria, pero sin resolver a fondo el problema. “Vivíamos en un lugar bello pero inhóspito, con gran incertidumbre frente a problemas de salud. Ante esta situación promoví la Pasantía de médicos y contraté a uno de base para la empresa. La empacadora fue una fuente importante de empleos para Los Cabos y operó de 1927 a 1982, siempre produciendo para el consumo nacional”.
Don Luis trabajó para la empacadora de 1955 a 1963. Tiempo en el que duplicó la producción anual de 14 mil cajas a 39 mil. Así mismo logró que la empresa operara todo el año, pues sólo trabajaba una sola temporada y. como resultado de estos ajustes, obtuvo subsecuentes récords de producción, logrando generar hasta 300 mil cajas por año.
En 1963 fue trasladado a Ensenada, donde laboró para otra sucursal de las empresas Pando. Aún así, venía una vez al mes a Los Cabos para supervisar las actividades de la empacadora local, permitiéndole mantener su relación y contacto con esta tierra. En 1982, cuando cerraron la empresa por cuestiones de logística laboral y por una actividad productiva que vino a sustituir a otra, se iniciaba la gran aventura del turismo hotelero -el ¡boom! de lo que hoy vemos-. La chimenea del turismo no olía y la del empaque hedía a pescado. Así, ante las quejas de empresarios y empleados que preferían trabajar con horarios cómodos sin tener que oler a pescado se decidió cambiar la empacadora  a San Carlos, BCS. La enlatadora había cumplido su ciclo de vida. Se dejaba venir otra nueva etapa para Los Cabos: el gran turismo de playa y de pesca deportiva. Así, Don Luis con los antecedentes turísticos de su pueblo de origen, adquirió 165 hectáreas, donde hoy se encuentran los hoteles Finisterra (del cual fue socio y gerente),  el fraccionamiento El Pedregal, Empresas Sol Mar y Playa Grande. De igual manera adquirió 700 hectáreas por la zona de Faro Viejo, lo que le ha permitido desarrollar y crecer a pasos agigantados. En 1974 abrió sus puertas el Hotel Sol Mar con 20 cuartos; actualmente, se tiene 800 cuartos de hotel en sus empresas, además de restaurantes, barco de buceo y flota pesquera –que traspasó en venta a sus mismos trabajadores, los cuales llegan a sumar en su totalidad, 800 de base y otros 200 eventuales, aproximadamente-. Esto último lo destaca con visible emoción, pues es un orgullo  -asegura- contar con trabajadores con más de treinta años laborando con él, y con una constante capacitación del idioma inglés y actualización educativa a través del INEA. Tan es así, que con ayuda del INFONAVIT construyeron su propia unidad habitacional destinada exclusivamente a sus trabajadores, en acciones de las cuales se siente complacido y muy satisfecho. Ante el halagador panorama empresarial revela un plan de inversión para el presente año por 25 millones de dólares, demostrando así la solidez y efectividad del trabajo en equipo, impulsado por las empresas Bulnes.
Don Luis nunca se imaginó que Los Cabos crecería anárquicamente, y sin los servicios elementales en diversas colonias y poblados. El despegue rebasó a las autoridades, que fueron incapaces de nivelar su tarea con el súbito desarrollo alcanzado.
-          ¡No es posible –demanda Bulnes- que las invasiones de propiedades estén a la orden del día; que la contaminación del Estero en San José continúe, y que las plantas de tratamiento sigan esparciendo sus malos olores en las calles de nuestras zonas turísticas! ¡Merecemos mejor seguridad pública y más compromiso por parte de todos! Debemos luchar por lo que genera el turismo, como lo es la defensa de la pesca deportiva. Para eso creamos la Fundación para la Conservación de Los Picudos de la cual soy presidente vitalicio. Debemos cuidar nuestro destino. No se ha controlado el ambulantaje que engaña al turismo, entre muchas otras cosas. Así mismo debemos apoyar a más agrupaciones filantrópicas como la que sostiene al Cuerpo de Bomberos. En la medida que nos comprometamos a dar más por Los Cabos, habremos cumplido con nuestra responsabilidad de vivir en este paraíso que mis ojos descubrieron un amanecer del 13 de Septiembre de 1955. Mis hijos Paco y Charo nacieron en esta tierra y sienten la misma pasión que sus padres. Si algún día me preguntan qué haría si volviera a nacer, respondería: “Me casaría con la misma mujer, tendría los mismos hijos y me vendría de nuevo a Los Cabos a trabajar; en otras palabras…, haría lo mismo, me dedicaría a lo mismo y sería mejor”.
Como comentario final de este cronista, reconozco que se quedaron muchas cosas en el tintero y que una vida tan virtuosa enriquecida por la experiencia, no es el propósito terminal de una síntesis tan resumida en estas páginas… Pero sí les diré que Don Luis Bulnes merece ser parte de “Huellas de Los Cabos”.

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