viernes, 26 de agosto de 2011

Don Federico Miranda.

Don Federico Miranda.
 Me encanta escuchar las pláticas de la gente del mar, y la de Don Federico Miranda, pescador nacido  un 11 de marzo de 1917, en el año del nacimiento de nuestra Constitución Política y como parte también de la tercera generación de las familias fundadoras de La Playa de San Vicente, nombre que se le daba en los libros de registro de la Aduana Marítima instalada en ese lugar en los años 20’s  y 30’s del siglo pasado. Los hombres de la orilla de mar, le imprimen un aire de misterio y aventura a las peripecias que enfrentan para  conseguir su preciada pesca. Y eso me sobrecogía desde que escuchaba a muy corta edad, a  Don Avelino Rochín, con sus pantalones arremangados a media pierna y su inconfundible rostro curtido por el sol y la sal.
-          Imagínese -nos dice Don Federico- yo salía a pescar con mi papá desde que tenía catorce años a la zona del Tule, Santa Elena y Punta Gorda diariamente y de madrugada; en esos años, pescábamos para comer, lo hacíamos para subsistir y compartir con diversas familias de La Playa. Recuerdo a veces a mi papá que se iba con parte del producto para intercambiarlo por comestibles a los pueblos de San José, Santa Rosa o San José Viejo, que eran muy pequeños entonces.
Al preguntarle cómo pescaba o que tipo de lancha utilizaban, me deja sorprendido al describir una canoa hecha por ellos de grandes troncos de árboles y que se movían utilizando vela y remo.
-          Yo tuve dos: “La Ondina” y “La Voladora", ésta última se encuentra en exhibición en las afueras del Museo de Antropología de la Ciudad de La Paz. Éramos cazadores de vientos, del norte o del sur… -por su plática, me los imagino en un escenario de ida o de regreso posiblemente de  noche remando, cansados y mojados, parándose y sentándose, tratando de controlar su canoa; preguntando y gritando si sopla alguna corriente de aire-. ¿Hay viento?
En una aventura de estas características, no son pocos los obstáculos a vencer. Desde un mar picado y revuelto con olas crecidas que se levantan y se hunden provocando accidentes y peligros muy frecuentes al pescador ribereño. Pero mejor pensemos un día de  pesca con buen tiempo con Don Federico a bordo y teniendo como fondo un cielo azul donde cruzan  bandadas de pelícanos y gaviotas; sintiendo en el rostro el viento que impulsa la vela vigorosamente, salpicados por la brisa de briosos delfines saltarines que juegan a emparejarse a la canoa. Pero lo más emocionante es llegar al lugar de pesca de fondo. El lugar de las cuerdas tensas, de anzuelos con carnada, a la lucha diaria por sacar a las preciadas presas. O por qué no al momento del veleo a curricanear, retando al pez vela, marlin, guajo o cabrilla a morder el señuelo.
Para darle mayor credibilidad a su relato, aclara:
-          Las lanchas que ves actualmente, no son como las que usábamos. Las de ahora son deportivas y cuentan con motor y fue a partir de los años setenta que nuestra gente la empezó a utilizar para mover el turismo.
Abriendo un paréntesis, Don Federico me comenta que también sembraba y que en 1938 adquirió la huerta que colinda por la parte del Estero con el desarrollo Puerto Los Cabos actualmente. Estuvo varias temporadas sembrándola de caña para el trapiche que manejaba la cooperativa Miramar, también ubicada por donde opera actualmente la oficina de Ventas de La Marina.
-          Fueron años muy bonitos. Escuchábamos el silbato de vapor del trapiche que molía caña, avisándonos de la llegada o salida de un barco, e inclusive tenían algunas claves de pitidos para llamar gente y carros de San José. Desgraciadamente, mal aconsejados, cambiamos nuestro patrón de cultivo, y nos metimos a la siembra de algodón –al que llamaban oro blanco- que nos condujo al fracaso; no teníamos la suficiente tierra y la calidad de la misma.  Fue en los años de 1944 y 1945, que la pesca de tiburón se puso de moda, principalmente por su hígado que nos lo compraba la familia González Canseco, debido a la Guerra que Estados Unidos libraba con Japón. Se corrían versiones de que lo usaban para mejorar la pólvora o alimento de los soldados para darles vigor y valentía; la verdad no sé cuál haya sido su verdadero uso. Cuando esa fiebre llegó, veíamos infinidad de pangas y personas dedicadas a la pesca de tiburón. Cuántas cosas pasaron: era una carnicería a la orilla de la playa, miles de kilos de carne de tiburón desperdiciada, pudriéndose al sol. Y también fue causa de la tragedia de los tres pescadores José, Jacinto y Marcial, desaparecidos en el mes febrero de 1945. Lo que pasa es que jóvenes sin experiencia, sin saber nadar y pensando en sacar unos cuantos pesos, se aventuraban al mar, porque el kilo de hígado de tiburón era muy bien pagado. Pero bien, pasó la guerra y también la pesca. Así, en los años 50’s me fui a Ensenada y anduve embarcado en un pesquero durante tres años, pero extrañaba mucho mi tierra y me regresé a lo mío.
Don Lico, hombre de carácter recio, llegó a ser por dos ocasiones subdelegado de su pueblo, puesto que desempeñó al lado del Profr. Juan Pedrín Castillo, quien era entonces delegado de San José del Cabo. Le preguntamos por esposa y sus hijos, y responde, “Mi señora Mercedes Miranda falleció hace siete años y tengo siete hijos: Adelina, Federico, Gilberto, Rubén, Jesús, Mercedes y Arturo” y, por cierto, estaba muy feliz, rodeado por todos ellos en el momento de esta entrevista.
 Me comenta que vive tranquilo, y aunque goza de buena salud, ya no camina hacia la orilla  del mar, porque todo está muy cambiado y le da tristeza ver cómo el dinero transformó las palapas de la orilla, desapareció el salitral y apareció una gran Marina. Y dice que ojalá, se conserven nuestras costumbres familiares y que también nos sirva para que se pavimenten todas las calles y metan el drenaje que tanta falta hace; pero por lo que más clama, es que se haga un reconocimiento a todos los pescadores del lugar y qué mejor manera que haciéndoles el Monumento al Pescador, tomando de molde a los que aún están con vida –“ya quedamos sólo tres”-, para que no se olvide que en un tiempo y en este lugar se luchó por sobrevivir y para darle renombre al pueblo de La Playa.


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