viernes, 26 de agosto de 2011

Dr. Eduardo Rodríguez

Dr. Eduardo Rodríguez

Todo en esta vida tarde que temprano cambia, y en lo referente al ejercicio de la medicina más ha cambiado todavía. Podemos hablar de los médicos de pueblo de unos cincuenta años atrás y vendrá a nuestra mente la imagen de verdaderos médicos que hacían del ejercicio de la medicina un verdadero apostolado. En lo personal, siempre me ha impresionado el respeto que se tenía de la imagen del médico rural. El trato que hoy reciben, es muy diferente y su culto ha cambiado; será también porque hoy somos muchos y ya pasaron esos tiempos donde todos se conocían y se saludaban hasta en dos ocasiones durante el día.
No pretendo medirlos o compararlos con los médicos de hoy, porque también las circunstancias han cambiado mucho; pero sí les puedo asegurar que conozco la manera de pensar de muchos de ellos, los de mi generación y los de un tiempo más reciente; los hay de todo tipo, los entregados a su profesión con pasión y desinterés, pero por otro lado existen los materialistas, esos que sólo ven a los pacientes con signos de pesos, los administradores, los burócratas que buscan cumplir con un horario cómodo y los que todavía conservan un grado de atención y humanismo que impresiona y tratan al paciente como lo que es: un ser humano que ocupa de atención física y comprensión emocional. Durante más de diez años trabajé en este medio y es una actividad que merece nuestro respeto.
Pero ya me metí demasiado en apreciaciones personales, mejor voy a hablarles de alguien que merece un homenaje, a pesar de que falleció hace treinta y tres años. Me refiero al Dr. Eduardo Rodríguez Cota, un médico que llegó a nuestro pueblo de San José del Cabo, en el año de 1953. En ese entonces, el pueblo contaba cuando mucho con unos tres mil habitantes y el Hospital General no contaba con equipamiento ni medicamento suficiente, y personal para atender las enfermedades o emergencias, que a diario se presentaban. Ubiquémonos en un tiempo donde no había luz eléctrica, ni agua corriente, ni drenaje, ni pavimento y el aparato televisor era la novedad de las grandes ciudades, no de nuestro querido pueblo; aquí únicamente se escuchaba la radio y sólo en casas de gente pudiente. Por las calles, todavía circulaban carros modelo A, todas las casas o la mayoría, tenían el fondo de su patio lleno de árboles frutales y un pequeño establo con todo tipo de animales domésticos, entre vacas, burros, caballos, chivas, gallinas, etc. Era un tiempo rural, donde quien no tenía algo de eso, obedecía a que de plano era muy humilde o no le gustaba ese ambiente campirano y prefería consumir de lo que vendían los demás. No teníamos supermercados, ni refrigerador, ni aire acondicionado y muchas otras comodidades que hacen de la vida un monótono placer.  Al escribir esto, recuerdo la pregunta de mi hijo –¿Papá y cómo podían vivir así? Simplemente -le respondí-, la vida era más sencilla, pero de más contacto con la naturaleza y con las personas; se platicaba mucho y la diversión era sana, teníamos todas las playas a nuestra disposición, no eran privadas como hoy, ahí acampábamos, pescábamos y nadábamos, e igual lo hacíamos en el monte; los animales eran parte de nuestros juegos y diversión, todo era muy sencillo, pero… ¡vaya, de nuevo me salí del tema! Pero disculpen, no puedo desperdiciar esta oportunidad de escribir, sin recordar aquel ambiente que el Dr. Rodríguez encontró al llegar a San José del Cabo, en los inicios de los años 50’s. Me vería como un cronista aportando sólo datos y fechas -hechos y años-, por lo que prefiero evocar y narrar los olores, colores y sabores de mi querido San José. Pues bien, cuando llegó el Dr. Rodríguez, estaba otro distinguido galeno al frente del pequeño hospital, el Dr. Serrano, quien al igual que él, hicieron de su profesión de médicos, un hermoso ejercicio.
Mi madre, colegas y amigos que fueron del Dr. Rodríguez,  incluyendo a su esposa Chela, me cuentan de momentos y hechos que hicieron de su actividad a una de las más queridas personas de la localidad; se convirtió en uno más, a diferencia de que era indispensable para la localidad, y lo extrañaron sobremanera cuando lo cambiaron a La Paz. Asumió el papel de líder en la comunidad y compitió con los mismos maestros, que por tantos años fueron los personajes más representativos de esta tierra. Recordemos que, tradicionalmente en los pueblos de México, son tres las personas más sobresalientes o influyentes: el sacerdote, el maestro y el doctor. Entonces, el médico era considerado como uno más de la familia y se le consultaban todos los problemas familiares, le preguntaban sobre asuntos que envolvían tantas cosas imaginables, sencillas y cotidianas: que a uno le habían quitado su parcela, que se habían robado la novia, etc., etc. Si había problemas, en algún matrimonio, era llamado para abogar por alguna de las partes. Siempre era solicitado como padrino de matrimonio, quince años, comunión, graduación y, si tenían que tomar una decisión para comprar algo, siempre el doctor estaba allí. Su opinión pesaba mucho y como siempre, encabezaba los comités de obra de mejoramiento de escuelas o de las fiestas del pueblo.
Así que en San José del Cabo, la imagen como médico del Dr.  Rodríguez, creció como la espuma, ejerciendo su profesión, como si fuera un especialista en diversas enfermedades. Lo mismo atendía una cirugía de urgencia, que un parto y era muy bueno para recetar el medicamento adecuado; era muy preciso y acertado en sus diagnósticos, aún sin el equipo y laboratorios con que se cuenta actualmente. El médico de esos años, tenía que saber de todo. El Dr. Rodríguez, aprendió la especialidad en el campo de la experiencia diaria. Era médico de cabecera de todas las familias y estaba de guardia las  veinticuatro horas del día, siempre dispuesto a atender a quien le solicitara sus servicios, por más alejada que se encontrara la ranchería;  si su jeep verde no podía entrar, entonces se montaba en el caballo del ranchero y lo seguía por veredas y cañones hasta llegar a la sencilla casa donde estaba postrado el paciente que requería sus servicios. Gente ya mayor y perteneciente a las familias Burgóin, Olachea, Castro, Ceseña, Montaño, Green y tantas más, lo recuerdan nítidamente por su trato desinteresado, cordial y sencillo. Cuando no tenían dinero los familiares del enfermo, no les cobraba; pero en su casa no faltaban la carne y el pescado fresco, los huevos de gallina, las frutas de temporada y otros productos del campo, que le regalaban sus mismos pacientes. En esa época no había tanto dinero como ahora, aunque paradójicamente, en su casa se comía de lo mejor.
Por palabras de la Sra. Graciela Pulido Chávez, nos enteramos que su esposo ejerció la medicina con pasión; recuerda los toquidos diarios y urgentes a la puerta de su casa y los gritos apremiantes de: ¡Doctor! Doctor!, para enseguida salir, muchas veces de madrugada, con frío, lluvia y mal tiempo. La puerta siempre estuvo abierta de par en par, para quien requiriera de sus servicios. Así recuerda “Chela” aquella época:
-       A veces, como toda esposa, me preocupaba cuando salía tarde y no regresaba, mientras afuera el viento, el agua y el frío arreciaban. Siempre le pedía a Dios que regresara con bien y que nada le pasara; en ocasiones no me dormía hasta que sentía que estaba de regreso.
Doña Chela, conserva vivos aquellos recuerdos y describe con emotividad las ocasiones en que su esposo tuvo que operar en condiciones penosas, de noche y bajo la luz de una lámpara o vela; a veces en el hospital y en otras ocasiones en la misma casa del paciente. Fue de los pocos médicos que puede presumir, que durante el tiempo que ejerció en Los Cabos, nunca se le murió un paciente en la operación:
-       Era un cirujano muy preciso y experto con el bisturí. Por falta de personal de Enfermería, en muchas ocasiones le serví de enfermera y lo apoyé en campañas de vacunación siendo ya director del Hospital, como protección preventiva para casi toda la gente del pueblo y rancherías de los alrededores.
Por su estatura de más de 1,80 metros, fue un destacado deportista; muy hábil para el básquetbol y volibol. También durante mucho tiempo, ejerció la docencia en escuelas primarias y preparatorias, enseñando biología y educación sexual temprana. Fue en  esta actividad y en la ciudad de La Paz, cuando tuve oportunidad de tratarlo. El Dr. Rodríguez, andaba por los cuarenta y tantos años de edad y, con un encanto especial nos abrió los ojos a muchos jóvenes estudiantes, en lo referente a la sexualidad humana; enseñaba con mucha maestría y durante un semestre tuve la oportunidad de tratarlo. Contaba con una gran personalidad, y fue ahí cuando me enteré que durante catorce años fue parte de nuestra tierra, donde dejó muchos amigos y muy buenos recuerdos; y como dice su esposa “Chela”: fuimos muy felices en San José. Éramos muy jóvenes pero con unas ganas enormes de servir. Por su misma capacidad y profesionalismo, fue solicitado por parte del gobernador en turno, el Lic. Hugo Cervantes del Río, para que asumiera la dirección del Hospital Salvatierra de la ciudad capital. A pesar de que muchos cabeños se opusieron -ya que lo querían en su tierra-, y formaron una comisión para hablar con el gobernante, él como autoridad se impuso y se lo llevó a ese puesto, al cual renunció poco después porque él era un médico para estar dentro del quirófano operando, y no tras un escritorio administrando problemas.
El Dr. Rodríguez, falleció a la edad de cincuenta años, víctima de una enfermedad incurable, queda como legado su ejemplo para las nuevas generaciones de profesionistas del ramo y para sus mismos descendientes, ya que tres de ellos abrazaron la profesión de galeno: Raúl Eduardo, Roberto y Rubén Antonio; los otros dos, Ricardo Salvador y Martha Alejandra, son piloto aviador y la segunda, maestra. Cada uno, dentro de su profesión, ha demostrado que tienen madera de un fino y noble árbol; de un tronco familiar que dio buena sombra y cobijó a mucha gente en Los Cabos.

Después de tantos años, se le recuerda con mucho cariño doctor Rodríguez. ¡Gracias por haber sido parte de esta tierra, algunos años de su vida y por haber salvado y traído la vida de muchas personas que actualmente son parte de nuestro paisaje urbano!
 
(Izq. a Der., personas de frente) Gil Palacios, Nando Sandoval, Profra. Josefina Pedrín Torres, Sra. Chela” y Dr. Rodríguez