domingo, 25 de septiembre de 2011

Doña Ema Palacios Avilés

Doña Ema Palacios Avilés
Prosiguiendo con la idea de mostrar en esta sección a los personajes más representativos de Los Cabos, me decidí por la Sra. Ema  Palacios  dama sobresaliente que conserva en sus rasgos físicos una bella expresión exterior e interior producto de un disciplinado ejercicio diario y la tranquilidad espiritual que ha alcanzado con el paso de los años; es la suma de su actitud positiva ante la vida.
-          Soy muy práctica –dice Doña Ema-. No he sido sólo una espectadora de los tiempos idos; siempre participé de acuerdo a lo permitido como mujer e inclusive fui más allá por la educación recibida  en colegios del Distrito Federal.
El ambiente de una ciudad, sus costumbres y su trabajo moldeó en la señorita Palacios una actitud de superación. Ema Palacios Avilés,  fue  producto de  la unión de sus padres el Sr. Joaquín Palacios y la Sra. Carmen Avilés. Vivió una  feliz niñez en el poblado de Santa Rosa –“Fue una época hermosa de mi vida”;  nos comenta que sus padres fueron gente de lucha y  siempre les enseñaron a sus ocho hermanos y a ella, lo importante que es trabajar para ganarse la vida. Cada uno de sus hermanos brilla con luz propia; tenemos entre ellos a Héctor, Raúl, y Gil, profesionistas y hombres públicos de renombre a los que tengo el gusto de conocer. De su niñez, Ema evoca esas raíces afectivas de la infancia, compañera nuestra de por vida -y lo recalco-, porque en más de dos ocasiones, ella se regresaba a esa etapa de los años menores -fue la más chica de las hermanas- y recrea mentalmente los lugares de su casa en Santa Rosa, donde jugó con esa ensoñación  que revive detalladamente lo suyo. Lo que se quedó atrás, como si regresaran esos olores y sabores de la comida preparada con tanto amor y esmero por su madre. Pienso que al recordar todo esto, le proporciona la seguridad y paz tan escasas en los hogares modernos. Así prosigue y  se embriaga de nostalgia por los escondites y ruidos familiares, de sus padres, hermanos y amigos. Describe con exactos brochazos su casa con un amplio jardín, a sus vacas, al  huerto y la tienda atendida por su madre. Finaliza este tramo de su vida afirmando que “la casa de mis recuerdos felices siempre será ésta, la de Santa Rosa, porque ahí -sonríe- en ese pueblo nacen los ángeles”.
Una vez avanzada la charla me dice:
-          Una vez que crecimos, tuvimos que cambiarnos a la casa del centro de San José, ubicada por la calle Manuel Doblado, a causa de nuestros estudios; ahí mi vida cambió, fueron las épocas de estudio de secundaria en la Ciudad de México, con sus vacaciones y después mi trabajo como secretaria bilingüe en los negocios de la familia González Canseco, donde mi padre operaba como hombre de confianza de Valerio González en la empresa llamada en aquellos entonces “La Voz del Sur”. De esta manera me convertí en la secretaria asistente de mi padre y del Sr. González.
Aunque ella no me lo dijo, por comentarios ajenos sé que la Srita. Ema Palacios, hacía suspirar al voltear a verla y  quitaba el sueño a más de dos. Irradiaba belleza, simpatía y una juventud desbordante.
-          Era muy inquieta, muchachera, alegre, platicadora y me encantaban los elegantes bailes del 27 de Diciembre que realizaba la Logia Masónica, en “El Galerón”, que estaba ubicado por la Calle Grande, hoy Bulevar Mijares y por donde está actualmente el Hotel y Restaurante Tropicana. ¡Ah! –evoca sonriente-, nos deberías haber visto: todas de largo, bellas y elegantes, luciendo vestidos exclusivos que encargábamos por catálogo a las fábricas La Nacional y Montgomery. Bailábamos con la música de “Los Pérez” y cómo no recordar que cuando entraba me recibían con mi canción favorita “Gitana”.
Al inquirir sobre sus recuerdos del pasado común de aquel San José, su respuesta  me transporta al espacio de una calle de perfiles rurales y urbanos; a un pueblo y a un tiempo, donde escucho sonar las campanas llamando a misa, donde el tiempo dibujó la imagen señorial de Don Paquito Ceseña caminando  elegantemente vestido y con sus inseparables bastón y sombrero. Fue un personaje que llamó mucho mi atención de niño y de quien a continuación escribiré algunas líneas: Paquito vivía frente a la iglesia de San José, sitio donde actualmente se encuentra el restaurante “La Panga”. ¡Qué sorprendente! Por comentarios de Doña Ema veo pasando frente a la plaza, el auto convertible que presumía por la calle principal Don Valerio González, al que las jóvenes observan y están deseosas de subir. Doña Ema al verme pensativo, interrumpe mi viaje lleno de imaginación al pasado, aclarando:
-          ¡Oye, no vayas a pensar que era una señorita con aires de grandeza! ¡Fíjate que no! Si de algo he de presumir era mi trato abierto con toda la gente, pobres y ricos, me encanta ayudar. Mis padres desarrollaron en mí un gran sentido altruista, no voy a presumir ni decirte a quién ni cómo apoyaba en momentos difíciles; sólo mi Dios lo sabe y tan es así, que me premió hace unos años permitiéndome comulgar con nuestro Santo Padre Juan Pablo II en Roma. Esta distinción fue a través de la congregación de las madres “Las Ciervas de Dios”, o “Las Palomas Blancas del Hospital”, como también les dicen otras personas. Ellas me propusieron en agradecimiento por la gran relación de amistad y colaboración que he mantenido con la agrupación durante años; saben que soy una persona de noble corazón.
Formé  mi familia con Abel Olachea -tu pariente, enfatiza, ya que mi madre, la profesora Ondina Montaño, tiene por segundo apellido Olachea-. Lo conocí precisamente en mi lugar de trabajo. Era también una importante persona dentro de la empresa y antes de que me fuera a estudiar de nueva cuenta a los Estados Unidos, habló con mis padres y por propia decisión nos casamos en el año de 1950. Vivimos unos años frente a la Calle Grande en la hermosa casa de estilo colonial, la Número 7, lugar donde albergamos a importantes personalidades del ambiente político y artístico, como los ex gobernadores Salinas Leal, Cervantes del Río y Bing Crosby, éste último, cantante.  Me ufano de decir que llegamos a hacer grandes amigos. Recuerda que en ese entonces, no había grandes hoteles y en sus casas albergaban a los viajeros amigos. Ahí, en ese lugar nacieron mis hijos Miguel Ángel y Patricia y quince años después nos llegó Abel en esta casa que ya tiene su historia. De mi esposo guardo recuerdos y momentos inolvidables, grandes satisfacciones, y de mis hijos, estoy orgullosa de que todos ellos han salido adelante, con sus propios triunfos y problemas. Pudimos darles a todos una excelente educación y traen, además, en la sangre la energía para transformar su conocimiento y herencia en empresas de alta rentabilidad.  Cada uno es líder en su materia. Gracias a Dios que siempre los he tenido muy cerca de mí.
Al preguntarle sobre el tiempo glorioso de los nacidos bajo el cielo de esta tierra, me dice:
-          René, es una lastima que las cosas se transformen negativamente  y acaben con nuestras tradiciones -como la de la Calle Grande, la de las competencias deportivas, la de los templetes con guapas reinas y llamativas bandas que premiaban con un beso a los jinetes de las competencias de carreras y  argollas entre otras cosas; -remata, presumiendo de buena fe-: yo también fui campeona infantil de cien metros planos y orgullosamente me puso mi banda de primer lugar “El Forey”, una persona que fue mi amigo por muchos años y del que tengo memorables recuerdos.
Volviendo al presente que este escandaloso y rico desarrollo nos ha deslumbrado y nos ha quitado cosas muy valiosas, Emma refiere con nostalgia: Las familias dormíamos tranquilas y seguras; hoy ya no se puede. Tenemos que encerrar con doble llave y alarma. El aire olía a limpio, a campo, a mar; hoy apesta a las aguas residuales de la planta de tratamiento que contamina nuestro estero. Unos años atrás, se sentía la unidad y armonía, los jóvenes no eran víctimas fáciles del alcohol ni las drogas. Había más integración familiar y, además, disfrutábamos únicamente de una gran fiesta del pueblo; era colorida y única, todo mundo esperaba ese único día para estrenar vestidos y zapatos. Lo recalco porque hoy, hay mil caras de fiestas inventadas por calle y hasta por colonia. También -por qué no mencionarlo-,  teníamos varios personajes populares, todos con sus expresiones, nombres y apodos; hoy estos tipos de rostros son difíciles de identificar. Definitivamente estamos perdiendo la identidad de esos tiempos pasados, ustedes pueden ser nuestra voz, luchen por recuperar lo nuestro la transculturación nacional y extranjera está afectando a las nuevas generaciones; lo viejo y lo nuevo pueden convivir en un marco de fiesta y  folklore turístico.
Convertible de Valerio González, al volante  Rodrigo Aragón



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