domingo, 25 de septiembre de 2011

Alfredo Green Manríquez "El Peyo", Amelia Green Manríquez "La Mela":


Alfredo Green Manríquez "El Peyo", Amelia  Green Manríquez "La  Mela":
¿Saben qué?... dijo La Mela¡ Conmigo no cuenten!...,
Embargado por la nostalgia, un día me decidí a entrar como informal visitante para sentarme en sus nuevas butacas; a identificar los rinconcitos del viejo cine de mi pueblo chico. De tanto recordar, la congoja me invadió… De pronto me sentí con muchos años e  intenté justificarme, pero unos ojos  humedecidos, hicieron que me saliera rápidamente del edificio y de esos momentos pasados.
Cómo olvidar de cuando niños, entrábamos en tropel al avisarnos que iba a empezar la función. Nos peleábamos por  sentarnos en las grandes bancas de cemento  de la parte alta del cine, llamada “la Galería”. Ese era el lugar de las travesuras, donde podíamos gritar  y aventar papeles a los de abajo, pero el espacio también donde a veces nos dormíamos y al final de la película nada más sentíamos el codazo del amigo despertándonos. Con el paso de unos pocos años, ya en Luneta me miraba juvenilmente, sentado en una butaca formalmente serio y feliz  al lado de la primera novia, con el corazón latiendo apresuradamente y con las manos sudadas ante el intento del inolvidable primer beso.  Compruebo hoy que, entre más crece y se desarrolla mi tierra, las excesivas luces no nos permiten ver ese cielo estrellado que se miraba desde cualquier calle de mi pueblo e   inclusive de adentro de aquel cine de antaño: un enorme edificio sin techo con altas paredes de ladrillo. Regresando el tiempo, y a esos jóvenes años, la mayoría de las diversiones las teníamos bajo la bóveda estrellada de la noche; cuántas fiestas con amaneceres, cuántas noches tirado en la arena de la playa donde me maravillaba de un cielo cuajado e infinito de estrellas.
¿Por qué empiezo hablando de estrellas en un tema sobre el cine de mi pueblo? Sencillamente porque dentro del cine, las estrellas eran nuestro techo. Enfrente se nos presentaban en la pantalla las películas de moda, y como actores principales de este tema,  las estrellas trabajando, unos, proyectando la película y otros cuidando la entrada y la taquilla. Y son precisamente a estos últimos personajes -los protagonistas de carne y hueso- que fueron y son parte de nuestra historia a los cuales les dedicamos este espacio.
Así como cuestiono, también reconozco al gobierno municipal remodelar y ponerle el nombre de Miguel Lomelí al nuevo teatro que hicieron surgir de nuestro viejo cine, después  Premier 70.
Lo que no les reconoceré nunca es que nos hayan impuesto a un cronista sin raíces, habiendo genta nativa, tan preparada, sensible y conocedora de nuestra historia y costumbrismo.
Porque para describir y contar de manera precisa y puntual, necesitas haber percibido el olor, sabor y el color de esta hermosa tierra; se necesita mucho más que un acuerdo de Cabildo. Para ser cronista, se requiere haber visto y convivido con los grandes personajes que delinearon el Cabo de aquel entonces, donde todos nos conocíamos -aunque me digan lo contrario- en un tiempo que avanzaba despacio, con la típica lentitud provincial. Los Cabos no se edificó en los años 80´s. Antes de eso manteníamos con orgullo la imagen de un pueblo rural. Y en esos ambientes inicialmente de los años 40´s , me cuentan que el "Cine Josefino", estaba ubicado a un costado de la Casa de la Cultura, posteriormente en el edificio del hoy Palacio Municipal, que funcionaba los fines de semana, y con el paso de los años y el surgimiento de nuevas compañías cinematográficas -en un cine ya con techo-  en los años 70´s las funciones eran tres días a la semana; ya en los 80´s aumenta a casi diarias, hasta llegar a cerrar a mediados de esos años con la aparición de las videocaseteras y negocios de renta de películas.
Vayamos a los personajes que trabajaron por tantos años para brindarnos la diversión. Ahí les van algunos nombres: Miguel Lomelí, Alfredo Green Manríquez "El Peyo", Amelia  Green Manríquez "La  Mela", Celestina Lara Ceseña, Miguel Castro, "Chintololo", Ofelia Castro y Amparo Alvarez Acevedo. No podríamos por falta de espacio describir a cada uno de ellos, pero por qué no, más adelante en un segundo  libro tendremos el espacio de reconocimiento a los que no detallemos aquí.
De esta forma, entre los más conocidos estaba Miguel Lomelí, nuestro personaje central; era el famoso "Cácaro", al que todo mundo le gritaba cuando se cortaba o fallaba el sonido o se iba la imagen de la película. Se inició trabajando a muy corta edad en los almacenes "La Voz del Sur", donde muchos años después estaría Almacenes Goncanseco, y tenía como parte de su trabajo soldar las latas de hígado de tiburón que enviaban a la Armada de Estados Unidos; posteriormente trabajó como mecánico, profesión que dominó y heredó a alguno de sus hijos y -como siempre sucede- su taller era muy frecuentado por amigos  cabeños de buena cepa. Fue el patriarca de una conocida familia cabeña con amigos como Crispín, Israel, Modesto, Amado, Arturo, María Elena, Rosa, Manuel Salvador y claro  el Profe Mingo, este último muy amigo de mi padre, y quien además me proporcionó las fotografías e información sobre su papá al cual ayudó algún tiempo en la cabina de proyección del cine.
Esta actividad la inició Don Miguel Lomelí con un señor de apellido Villanueva, al cual apoyaba en sus giras proyectando películas por diversos pueblos de nuestro estado y la ciudad capital, llevando un poco de diversión a la gente. Con esa experiencia empezó a trabajar en el Cine Josefino, posteriormente pasó a las instalaciones del Palacio Municipal, y terminó donde actualmente se encuentra el teatro que lleva su nombre.
Miguel Lomelí dejó huella en nuestra tierra y en nuestros corazones, perteneció al Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica de la República Mexicana, adherido a la CTM, y cuyo banderín, como me lo describe el Profe Mingo, cubrió su ataúd el día 26 de Diciembre de 1984, fecha de su fallecimiento.
Para imprimirle mayor credibilidad a nuestra reseña, estuve en casa de los hermanos Green Manríquez, Alfredo "El Peyo" y María Elena "La Mela”, esta última trabajó más de treinta años. Cuántas anécdotas  y remembranzas del cine, cuánta melancolía en su mirada, por su casa y precioso huerto lleno de mangos, ciruelas, naranjas y diversos frutos, que originalmente cerraba al final de la Calle Grande -hoy bulevar Mijares- y calle del Seguro Social. Más de tres cuadras abarcaba dicha propiedad, hoy en parte de ese gran terreno se ponen los circos, los juegos mecánicos, el palenque y las fiestas del pueblo.
¡Cuántos millones de dólares vale hoy! -me dicen, muchos- pero les respondo. Esta información me la dan para que comente lo siguiente: Cómo es posible -me dicen- que nada nos haya tocado de esa propiedad vendida por mi hermano, nos despojaron-. No es mi intención entrar en disputas y polémicas familiares, pero sí es necesario dejarlo por escrito- y vaya que viven con sencillez y gran necesidad de una pensión en su tercera edad. La Mela ayuda en la casa y Alfredo trabaja como “cerillito” en  conocido Centro Comercial y dice que le va bien, pero a sus 74 años debería contar con más apoyo. Y si realmente fueron despojados, en la conciencia de quienes lo hicieron y maquinaron o en sus nuevas generaciones, estará esta historia difícil de ocultar porque la verdad  por más que se oculte tarde o temprano sale a flote, y como dicen ellos "A quien mal obra se le pudre la conciencia”.
Ellos, los trabajadores del cine, recuerdan anécdotas impregnadas de romanticismo; historias de novios que sólo podían verse en el cine al iniciar la función, protegidos por la oscuridad de miradas indiscretas e inquisidoras-. ¿Está Piña o Mango adentro? -le preguntaban a La Mela-. Esa era la clave para saber si el ser amado se encontraba dentro. También nos cuenta que de ahí salieron muchas parejas en fuga, o sea "se robaban a las novias", para decir que se iban con el novio y ya no regresaban a sus casas. Ya que antes no era fácil comunicarse con la novia y sólo se podían ver los domingos en el cine. "El Peyo" -como todo mundo lo conocía- era también el anunciador de las películas que se proyectarían y ponía los cartelones en diferentes esquinas y plaza del pueblo en láminas pintadas con gis y no faltaba el bromista que le cambiaba el texto o nombre de la película; como ejemplo, me dice, tuve que hacerle cambios a la expresión "gran espectáculo", porque me eliminaban las letras "especta" y quedaba finalmente una tremenda grosería en mi anuncio. O también cuando puse el nombre de la película "Carretera 301"; me pusieron: “Cabaretera 301", ¡Uh!, cuántas cosas por contar, cuántas películas de éxito tenían qué repetirse por días, y muchas obras y artistas de moda se presentaban en el cine, que lo mismo la hacía de teatro o auditorio.
Con este anecdotario los dos hermanos se han ganado este espacio como personajes de mi  pueblo, por su historia, costumbres y sus dichos. Y quién no ha escuchado aquella sentencia graciosa que ha perdurado por generaciones, relacionada con la selección de la reina de uno de tantos bailes que se organizaban: Se estaban poniendo de acuerdo para hacerlo, reunidos en los pasillos de lo que es hoy el edificio de la presidencia municipal, cuando de pronto se para La Mela y expresa tajante para advertirles: "¡Saben qué, conmigo no cuenten!". Desde  entonces cuando alguien no desea participar, trae a colación la famosa frase para recalcar su postura: “Como dijo La Mela, ¡conmigo no cuenten!”.
Como habrán observado, al platicarles sobre mi cine, percibí que el desarrollo le fue robando a nuestro pueblo y a nuestros personajes, su historia, lozanía  y juventud; es lo ingrato que el tiempo y el mal llamado progreso nos deja. ¡Sí es cierto, se va llevando todo!, pero no es menos cierto que los nuevos tiempos tengan la siniestra capacidad para robarnos la historia de lo nuestro, cuando oficialmente las autoridades no tienen la gracia de transmitírnoslo correctamente

 

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